Todos hemos recordado alguna vez nuestra niñez. La niñez que
todos, o casi todos, hemos tenido. Aquellos tiempos en los que los niños salían
a la calle a jugar. Jugaban a la pelota, al trompo, la comba o las canicas.
Jugaban a tantos juegos, que sería incapaz de enumerarlos todos.
¿Dónde quedaron aquellos tiempos de despreocupación y
tranquilidad? ¿Dónde quedaron todos aquellos juegos que hoy se han perdido? Yo
se los diré, en el miedo, miedo a ese “Coco” o a ese “hombre del saco” con el
que nos asustaban nuestros padres y abuelos cuando osábamos desobedecer en
algo.
Recuerdo como, siendo yo muy niño, mi abuela me decía “entra
en casa que viene el Coco” o eso de “no salgas ahora que te va a llevar el
hombre del saco”
Por aquel entonces creía en aquellas palabras por pura
inocencia infantil, mediante crecía, fui dejando de creer, quizás por rebeldía
o tal vez porque creía saber más que nadie. Hoy, a la vista de los
acontecimientos ocurridos en el transcurso de mi vida, creo en “el Coco”, en
“el hombre del saco” y hasta en “el monstruo del armario”, y seguro que cuando
terminen de leer esto, ustedes se darán cuenta de que no son puras fantasías,
sinó cruda realidad.
El 24 de octubre de 1985, la pequeña María del Carmen
Carretero Gómez, de 9 años de edad, salió de su casa en la calle Ancha, en la
localidad de Punta Umbría, Huelva. La pequeña estuvo jugando con su primo
durante largo rato, después, nada más se supo de ella. Sus padres, la Guardia
Civil y multitud de voluntarios de la localidad la buscaron por mar y por
tierra, no dejaron rincón por registrar durante diez días de angustia, hasta
que el 2 de noviembre, apareció el cuerpo sin vida de la pequeña. El cuerpo
estaba en una casa, propiedad de la familia, que se encontraba deshabitada,
bajo una bajo una cama, vestida y maniatada.
Su asesino, Juan Carlos Clavijo Jiménez, de 28 años de edad,
trabajador en una herrería y desde hacía cuatro años, durante la época estival,
recepcionista de noche en el Hotel Emilio, también propiedad de la familia de
María del Carmen.
Seis años después, no en la misma localidad, pero si en la
misma provincia, la desgracia vuelve a golpear en otra familia.
Ana María Jerez Cano tenía 9 años de edad. El 16 de febrero
de 1991, se dirigía, como era habitual, a casa de su amiga, lugar al que nunca
llegó. Nadie vio a la niña después de las 17:00. Cuatro horas después, sus
padres dieron la voz de alarma. Registraron cielo y tierra, removieron lo
habido y por haber durante sesenta y nueve días, hasta que su cuerpo sin vida
fue encontrado en el Rio Tinto, a cuatro kilómetros de la capital onubense.
Su asesino fue José Franco de la Cruz, más conocido como “el
boca” y era detenido el día 29 de abril de 1991. José Franco de la Cruz era el
tío de Raquel, la amiga que la pequeña Ana María iba a visitar.
La capital volvía a ser azotada por suceso similar
diecisiete años más tarde. Mariluz Cortes, de 5 años de edad, se dirigía al
kiosco cercano a comprar chucherías, tal día como el 13 de enero del 2008. Nada
más se supo de la pequeña. La familia de la pequeña la buscó hasta la saciedad,
su foto fue puesta en los medios de comunicación. Era digna de alabanza, la
entereza y la perseverancia de ese padre en la búsqueda de su hija. Transmitió confianza,
mantuvo la esperanza y dio fuerzas a todo aquel que se presentaba voluntario
para ayudar en la búsqueda. Hasta que un fatídico 7 de marzo del 2008, el
cuerpo sin vida de la pequeña Mariluz fue encontrado en el muelle petrolero del
puerto exterior de Huelva.
Su asesino se llama Santiago del Valle García. Santiago del Valle llevaba eludiendo la cárcel desde 2002. Los cargos que en aquel entonces se le atribuían eran los de abusos sexuales (pederastia), por el que se le condenó a 21 meses de prisión y falsedad en documentación oficial, por el que se le condenó a 1 año, que no cumplió en su momento gracias al juez Rafael Tirado, que era el responsable de ordenar su inmediato ingreso en prisión, cosa que no hizo, según el por un descuido debido al gran volumen de trabajo que tenía por aquel entonces.
Junto con ellas, Marta del Castillo, que desapareció del
portal de su casa en Sevilla, que fue asesinada por el que un día fue su novio
y cuyo cuerpo aun buscan sus padres para poder darle cristiana sepultura y
tener un sitio donde poder llevar flores a su hija, el pequeño Yeremi Vargas,
de Gran Canaria, que desapareció en la calle mientras jugaba con sus primos,
Sara Morales que desapareció mientras se dirigía a un centro comercial en el
que había quedado con un amigo o Madeleine Mccan la niña británica que desapareció
mientras estaba de vacaciones con sus padres en Portugal, contemplamos casos y
más casos de “el Coco” o “el hombre del saco”, pero ¿Qué pasa cuando el
enemigo, el fruto del miedo, esta de las puertas para adentro de tu casa? Esta
pregunta nos lleva a uno de los más temidos por los niños, “el monstruo del
armario, ese monstruo que a veces les vigila desde detrás de la puerta de su
habitación o desde debajo de la cama, por ese que nos llaman llorando por las
noches, muertos de miedo y que nos empeñamos en convencerles de que no existe.
Esta pregunta nos lleva a la actualidad, al trágico, y aun
bajo investigación, caso de Asunta Basterra. Una niña de 12 años, de origen
chino que fue adoptada por el periodista Alfonso Basterra y la letrada Rosario
Porto, a fecha de hoy separados. Desapareció en la tarde del 21 de septiembre y
su cuerpo fue encontrado en la madrugada del 22 mientras que sus padres ponían
la denuncia por desaparición. Como todos sabemos, han aparecido muchas pruebas
que incriminan a los padres, por ejemplo la grabación de la cámara de seguridad
que capta a la madre con la niña en las horas que supuestamente estaba
desaparecida o la colilla de un cigarrillo, con el ADN del padre, encontrada
junto al cuerpo de la joven.
En este caso, la pequeña Asunta no solo se tropezó con “el
monstruo del armario”, también se encontró con el que la vigilaba desde detrás
de la puerta y ¿Quién sabe? Quizás también con el de debajo de la cama. Lo peor
de todo es que Asunta advirtió de la amenaza, se lo dijo a sus profesores, los
alertó de sus monstruos, de aquellos que amenazaban su vida, y ellos, como todo
adulto, no le dieron importancia. Lo tomaron como una fantasía, como un terror
nocturno e hicieron lo que cualquier adulto, decirle que los monstruos no
existen. Acudieron, eso sí, a declarar en cuanto supieron de la nefasta
noticia, ¿pero quién va a pensar que la persona a quien se supone que más
quiere a un niño, aquel que debe protegerle y cuidarle de todo mal, sea en
realidad ese “monstruo del armario”, un ser tan ruin capaz de arrebatarle su
vida?
Ahora comprenderán ustedes mis palabras anteriores. “el
Coco”, “el hombre del saco” y “el monstruo del armario” no son una fantasía
infantil, son tan reales como la vida misma. Están entre nosotros, bajo
apariencia de personas normales y corrientes, personas respetables, a la vista
de todo el mundo y quizás sea por eso que no somos capaces de verlos, porque no
hay nada mejor escondido que aquello que está a la vista de todos.
Hoy, y no “desde mi punto de vista” sinó desde el
remordimiento, quisiera pedirles perdón a todas aquellas víctimas de estos
monstruos, a las que nombré y a otras como a Miriam, Toñi y Desiré (las niñas
de Alcacer), a Rocío Wanninkhof, a Ruth y José Bretón, Sandra Palo y a todos
los que no conocemos Quizás por haber ocurrido en otros países. Perdón por
deciros que ninguno de esos monstruos existía cuando en realidad siempre
estuvieron acechando a la vuelta de una esquina o detrás de la puerta.
Perdón en mi nombre y en el de todos los
necios como yo que un día, quizás por rebeldía o por querer saber más que
nadie, dejamos de creer en ellos dejándoos indefenso ante ellos. Pero al mismo
tiempo daros las gracias, gracias por abrirnos los ojos y mostrarnos la
autentica amenaza que nos rodea y que aquello que nos contaban nuestros padres
y abuelos, cuando éramos niños, nunca fueron simples cuentos.
PERDÓN POR NUESTROS ERRORES Y GRACIAS POR TODO.
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