“Ella jugaba conmigo, me encantaba verla sonreír, pero
siempre vi algo extraño en su mirada. De repente, mientras jugaba conmigo, se
quedaba mirando un punto en el vacío, de su rostro desaparecía esa luz que todo
lo iluminaba y aparecía algo que cambiaba su mirada. En esos momentos su
sonrisa era forzada y en sus ojos se reflejaba la tristeza, como si algo le
faltara. Sin darse cuenta y con la mirada perdida, decía “si él estuviera aquí
seria más divertido” y cuando le preguntaba
“¿si estuviera quien mamá?”, “nada,
cosas mías” me respondía y seguíamos jugando; pero ya no era igual, pues cuando
la miraba, veía el brillo de sus ojos intentando reprimir las lagrimas.
De madrugada, la veía levantarse a oscuras y la oía llorar.
En ocasiones, me levantaba de la cama a hurtadillas, y mientras oía el llanto
de mi madre, observaba a mi padre, sentado en la cama con la cara apoyada en
sus manos, al que, cuando aguzabas el oído, descubrías que el también lloraba desconsolado”.
“Ahí estaba yo, apoyado sobre mis manos temblorosas,
recordando aquel día, ignorando por completo que estaba siendo observado
furtivamente desde la puerta del dormitorio. Mi mente estaba ocupada en su
totalidad por esa imagen. Mi amante esposa sobre el burro en aquella estancia
fría, solo iluminada por la leve luz de una lámpara de quirófano. Estaba siendo
muy valiente. A pesar del dolor seguía luchando por traer al mundo a nuestros
hijos, hasta que al fin llegaron. La felicidad nos desbordaba, pero por poco
tiempo. Aquella monja los cogió para limpiarlos cuando de repente, llamó a una
enfermera para que se hiciera cargo de uno de ellos, mientras ella se llevaba
rápidamente al otro diciendo que no estaba bien. Minutos después, entro en la
estancia un medico, al cual no había visto nunca, acompañado por la monja que
se llevó a mi hijo. Este sin mediar más, me dijo con semblante frio, “siento
comunicarles que su hijo ha muerto”.
No nos dio ninguna explicación, nos impidieron ver su
cuerpo. A base de mucho nos dejaron enterrarlo en su propia tumba. ¡Dios! ¿Por
qué no hice algo más? ¿Por qué no denuncié? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué?”
Esto puede parecer ficción, pero no para todos. Esta es la
realidad de muchas familias en España y, seguramente, de familias de todo el
mundo. Familias que en su día fueron a dar a luz y se les arrebataron a sus
hijos, mediante engaños y falsedades. Familias que desde entonces no han parado de buscar a sus hijos o
hermanos.
Se estima que, a día de hoy, hay 300000 víctimas en los
casos de niños robados en España, 4000 casos registrados y 1800 casos
denunciados. Sí, las cifras son escalofriantes, pero lo más escalofriante de
todo es el número de casos condenados, 0, esto es debido a que la justicia en
un principio desestimaba los casos porque, en su opinión, habían prescrito. En
la actualidad, se está llevando a cabo una investigación a nivel nacional de
esta trama, pues son numerosos los centros médicos donde se dieron los casos,
pero los que más repercusión mediática están teniendo, son los acaecidos en
Madrid.
En ellos, las investigaciones apuntan a dos personas, a Sor
María Gómez de Valbuena, religiosa de la
congregación de las hijas de la caridad, y a su mano derecha, el doctor Eduardo
Vela, ginecólogo y ex director de la clínica madrileña San Ramón.
Sor María, trabajaba como asistente social en la clínica
Santa Cristina y colaboraba en la clínica San Ramón. Las embarazadas llegaban a
ella por múltiples vías, tales, como anuncios en revistas en los que se ofrecía
ayuda madres en apuros. Estas solían ser jóvenes que se quedaban embarazadas
trabajando en casas como sirvientas o las que eran echadas de casa por sus padres
al conocer la situación. Sor María las enviaba a una pensión de Madrid,
donde
siempre había habitaciones reservadas a su nombre, o a un piso en el barrio de
Salamanca de los cuales no salían para nada, salvo para las revisiones del
doctor Vela.
En cambio, los matrimonios que no podían adoptar por los
cauces tradicionales, acudían a Sor María, en su mayoría, derivados de la AEPA
(Agencia Española de la Protección de la Adopción) fundada por el que fuera
fiscal general del Tribunal Supremo. Tal era la trama que, llegado el caso, el
doctor Vela enseñaba a las madres adoptivas a fingir el embarazo y les indicaba
que, el día del parto, vinieran con un cojín en el vientre para que la
simulación fuera lo más real posible. Una vez arrebatado el bebé a la madre
biológica y entregado a la adoptiva, era misión de Sor María, poner las falsas
pruebas de sintomatología de postparto en las habitaciones de las madres adoptivas,
tales como compresas manchadas de sangre y demás, para hacer pensar a los
familiares de estas que el parto había sido real.
A las madres biológicas se les daba la falsa noticia de la
muerte de su bebé y solo en el caso de que quisieran ver a su bebé por encima
de todo, lo cual era muy común, se les mostraba el cadáver de un bebé que
guardaban en neveras y que cambiaban periódicamente antes de que comenzara su
descomposición, y bajo ningún concepto les dejaban tocarlos, e incluso se
hacían cargo del funeral, a ser posible.
Terminado el trabajo queda la culminación, de la que se
encargaba el doctor Vela, que era la de cobrar los gastos de la madre biológica
durante el embarazo y el precio convenido por el que se adquiría el bebé,
mientras que Sor María destruía toda la documentación que reflejara el embarazo
y parto de la madre biológica. Así nadie podría demostrar nada en caso de
reclamación o denuncia y a posteriori el doctor Vela se encargaría de redactar
el falso certificado de defunción del bebé.
En realidad, la trama se extiende a más personas, no tan
nombradas pero sí piezas claves, aparte de Sor María y el doctor Vela. También
se ha mencionado la participación de Sor Juana Alonso, religiosa de las hijas
de la caridad y superiora de la casa cuna de Tenerife entre 1951 y 1970. Esta,
junto con Sor María, orquestaba el tráfico de niños entre la Península y
Canarias.
Liberia Hernández pide que también se impute a Sor Juana,
pues, en su denuncia, acusa a la religiosa de darla en adopción a un matrimonio
de Alcoy en 1962, cuando solo contaba con ocho años, sin el consentimiento de
su madre, que ya tenía siete hijos y la había dejado en la casa cuna
temporalmente, también pide que se impute a Sor María Soler, la monja que la
llevó en barco desde Tenerife y que era sobrina del matrimonio que la adoptó.
Para todo el proceso, Liberia lleva como testigo le ex
religiosa Mercedes Sánchez que ha corroborado su versión. Su testimonio fue:
“Recuerdo a la madre de Liberia agarrada a las rejas del patio preguntando por
su hija. Estuvo años yendo a la casa cuna a preguntar. No la abandonó. Sor
Juana la despachaba diciéndole que se olvidara, que Liberia estaría mejor con
las personas que estaba”.
Como pueden ver, la trama no tiene desperdicio. Médicos,
funcionarios, la Iglesia… ningún cabo suelto, o casi ninguno. Ni Sor María, ni
ninguno de sus secuaces contaron con una cosa, el instinto de una madre, un vínculo
entre madre e hijo que se forma desde el primer día de gestación, tan poderoso
que no lo rompe la distancia, que no lo rompe la mentira, que en lo más
profundo en su corazón le decía a cada una de esas madres que su hijo estaba
vivo en alguna parte.
Es por ese instinto que hoy los casos se van reabriendo, y
cada día más, pero también se archivan otros tantos y eso es debido a una cosa
muy obvia, la incompetencia.
Esa incompetencia que tiene cualquier juez cuando dice que
no hay pruebas documentales o que la documentación está en regla. Por favor
¿documentación en regla, cuando una mujer está diciendo que nunca dio a luz,
mientras que su documentación dice lo contrario? Hay que ser ciego o muy tonto
para no darse cuenta de que esa documentación fue falseada. ¿Qué no hay
suficientes pruebas? Señoría, le están diciendo a la cara que los archivos
fueron destruidos. Aunque no todos.
Aun quedan archivos en muchas administraciones públicas,
archivos que incriminan a estos desalmados y que no solo servirían para
llevarlos a donde se merecen, sinó que también ayudaría muchas de estas
familias a reunirse por fin. Solo tienen que ser solicitadas por el poder
judicial, ya que a las víctimas se les niega el acceso a ellos, acogiéndose a
la ley de protección de datos, que la verdad, no sé cómo pueden decir esa
tontería ¿de quién están protegiendo esos datos, del titular de los mismos?
La fiscalía dice que todas aquellas personas, cuyo caso se
archiva, que no recurren porque están de acuerdo con lo que dictamina el juez.
¿No se han parado a pensar que a lo mejor es porque no tienen los fondos
suficientes para seguir recurriendo? Os recuerdo que la gran mayoría de los
casos, se dan en familias humildes, familias de clase trabajadora que, a duras
penas, llegan a fin de mes. ¿Qué les cuesta ayudarles?
Lo que queda muy claro, aunque no tanto para la justicia, es
que se ha cometido un delito de lesa humanidad, pues, desde mi punto de vista, han convertido a familias ilusionadas en
puzzles. Puzzles a los que les han quitado una pieza para intentar hacerla
encajar en otro que no podía tener la suya propia. Ahora esos puzzles incompletos,
guardados en el cajón de un archivador, gritan a viva voz para que les
devuelvan la pieza que les quitaron, al igual que esas piezas robadas piden
volver a su lugar. Pero no nos confundamos. Ya nada volverá a ser igual, pues,
como le pasa cualquier puzzle sin acabar que dejas sobre la mesa de tu estudio,
esos puzzles están descoloridos por el paso de los años y la pieza que les
arrancaron deteriorada de intentar encajar en un hueco que nunca fue el suyo.
Los destrozaron de por vida.
Piensen como se sentirían ustedes en su lugar.
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